Mi Gabo personal
Que no tenía un testículo descomunal
ni dormía sobre el brazo izquierdo y en el piso, ni tenía cientos de
sietemesinos que le vigilaban el amor del medio día, dicen que no era realmente
así, que no se enamoró de una mujer que le traía mariposas amarillas por todas partes, que no
anunció la muerte de aquel hombre rotundo, que García Márquez no es el ahogado
más bello de esta tierra, que la gente dice aquel monólogo porque hoy llueve en Macondo.
Yo lo conocí ya en la universidad,
llegué tarde, y mi país se parecía a los de sus novelas y yo venía de un sitio
donde los hombres curaban a las vacas con palabras, por eso terminé pensando
que José Arcadio Buendía vive en Llanos de Maceira y que estará amarrado a la
soledad de una guácima de aquel pueblo raso.
Lo leí y releí cuando los
hombres hacían potajes con hojas de plantas desconocidas y en nombre de la
patria matábamos la sed con rones inhóspitos, y lo seguí siempre a García
Márquez, con sus personajes que hablaban como si fueran filósofos, hombres ignorantes
de una muerte que sabían todos.
Y lo leí casi indiscriminadamente
y me preguntaba como el Patriarca sobre Darío, ¿cómo era posible que juntara
las palabras de ese modo este colombiano? Este ser cuasi inédito que escribía
como hablaba su abuela, que tratara de ir en guayabera a recibir el Premio Nobel. Este
colombiano universal, este periodista de náufragos y clandestinos difícil de
entrevistar.
García Márquez en ese tiempo
de descubrimiento tenía a mucha gente tiritando
porque creían en ¨El amor en los tiempos del cólera¨, yo seguí con sus ¨Cien
años de soledad¨ y le creía cuando hablaba de su Amor por ¨El coronel no tiene
quien le escriba¨ y me reía al saber de ¨La Increíble y triste historia de
Cándida Heréndida y su abuela desalmada¨
Por eso lo recordaba en
esta tarde cuando con toda esa tecnología de hoy se nos anunciaba que no estaba
más, él Gabriel García Márquez, sí hizo mucho con su vida, pero para nosotros el destino está escrito,
no tendremos más a Gabo y quizá no tengamos otro hasta que pasen cien años y no
hay una segunda oportunidad.
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